Soñaba el Abad de San Pedro y yo también sé soñar

Soñaba el Abad de San Pedro y yo también sé soñar, es el título del ensayo escrito por el Sabio Valle, considerado uno de los documentos históricos más importantes de Honduras.

José Cecilio del Valle, un ilustre hondureño de grandes ideales que soñaba con una Patria libre, fuerte y unida, al igual que Francisco Morazán nos dejó plasmadas en este documento parte de su esencia, de su ser, de su amor por la Patria.

Este ensayo es comparable al «Manifiesto de David«, un documento de protesta escrito por el General Morazán el 16 de Julio de 1841.

El ensayo: Soñaba el Abad de San Pedro y yo también sé soñar, fue escrito por Valle en 1822 y en el expresa sus sentimientos e ideales patriotas, pero también hace un breve análisis de los problemas que impedían la unidad de Centroamérica, problemas que lamentablemente aún persisten.

Valle anhelaba la celebración de un «Congreso Americano» donde se pudieran estrechar las relaciones de todos los americanos, ese era su deseo: Buscar la unión de los estados de América. Evento que, según Valle debía celebrarse en Nicaragua.

Deseo que también compartía con importantes figuras políticas y pensadores de la época como José Martí de Cuba y el Prócer Venezolano Simón Bolívar, quién a diferencia de Valle sugería que el Congreso se celebrara en Panamá.

El Congreso o Asamblea diplomática se realizó en 1826 en la ciudad de Panamá. Aunque el Congreso fue convocado por Simón Bolívar, ni él ni José Cecilio del Valle pudieron asistir al evento.

A continuación les dejamos este importante documento que todo buen hondureño debería conocer.

Soñaba el Abad de San Pedro y yo también sé soñar

La América estaba dividida en dos zonas contrarias entre sí, oscura la una como la
esclavitud, luminosa la otra como la libertad.Soñaba el Abad de San Pedro y yo también se soñarNueva España, Guatemala, San Salvador, Comayagua, León y Panamá formaban una
extensión inmensa de territorio sometido al Gobierno español. El nuevo reino de
Granada, Santa Fe, Caracas, Buenos Aires y Chile, formaban un espacio dilatado de
tierra libre e independiente.

Si en el antiguo mundo los países septentrionales eran el suelo de la libertad, en el
nuevo los australes fueron la tierra venturosa donde brotó primero.
El Sur se cubría de sangre por defender sus derechos; y el Norte mandaba millones al
gobierno que intentaba sofocar aquellos derechos.

No hubo simultaneidad en la causa justísima de nuestra independencia; y esta falta
grave aumentó las fuerzas de España, entorpeció la marcha de América; y fue origen
de males que llora el amigo de los hombres.

La unidad de tiempo es en los grandes planes la que multiplica la fuerza y asegura el
suceso; la que hace que dos tengan más poder que un millón. Cien mil fuerzas
obrando en períodos distintos sólo obran como una. Diez fuerzas obrando
simultáneamente obran como diez.

No marchó la América con el plan que exigía la magnitud de su causa. Lo que hace
derramar más lágrimas: lo que penetra más la sensibilidad: lo que más horroriza a la
naturaleza es lo que se vio en los países más hermoseados por ella. Sangre y
revoluciones son los sucesos que refiere la Historia; muerte y horrores son los hechos
de sus anales.

La pluma se resiste a escribirlos: la memoria se niega a recordarlos…Volvamos los ojos
a lo futuro. Ya está proclamada la independencia en casi toda la América, ya llegamos
a esa altura importante de nuestra marcha política; ya es acorde en el punto primero
la voluntad de los americanos. Pero esta identidad de sentimiento no produciría los
efectos de que es capaz, si continuaran aisladas las provincias de América sin acercar
sus relaciones, y apretar los vínculos que deben unirlas.

Separadas unas de otras, siendo colocadas en un mismo hemisferio, el Mediodía no
existe para el Norte, y el Centro parece extranjero para el Sur y el Septentrión. El
reposo de las unas, no es un bien para las otras; las luces de aquellas no son una
felicidad para éstas. Chile ignora el estado de Nueva España; y Guatemala no sabe la
posición de Colombia.

La América se dilata por todas las zonas, pero forma un solo continente. Los
americanos están diseminados por todos los climas; pero deben formar una familia.
Si la Europa sabe juntarse en Congreso cuando la llaman a la unión cuestiones de alta
importancia, la América ¿no sabrá unirse en Cortes cuando la necesidad de ser, o el
interés de existencia más grande la obliga a congregarse?

Oíd, americanos, mis deseos. Los inspira el amor a la América que es vuestra cara
patria y mi digna cuna.

Yo quisiera:

1º. Que en la Provincia de Costa Rica o de León, se formarse un Congreso general,
más espectable que el de Viena, más interesante que las dietas donde se combinan los
intereses de los funcionarios y no los derechos de los pueblos.

2º. Que cada provincia de una y otra América mandase para formarlo sus Diputados o
representantes con plenos poderes para los asuntos grandes que deben ser el objeto
de su reunión.
3º. Que los Diputados llevasen el estado político, económico, fiscal y militar de sus
provincias respectivas, para formar con la suma de todos el general de toda la
América.

4º. Que unidos los Diputados y reconocidos sus poderes se ocupasen en la resolución
de este problema: trazar el plan más útil para que ninguna provincia de América sea
presa de invasores externos, ni víctima de divisiones intestinas.

5º. Que resuelto este primer problema trabajasen en la resolución del segundo:
Formar el plan más eficaz para elevar las provincias de América al grado de
riqueza y poder a que pueden subir.

6º. Que fijándose en estos objetos formasen: 1º. La federación grande que debe unir a
todos los Estados de América; 2º. El plan económico que debe enriquecerlos.

7º. Que para llenar lo primero se celebrase el pacto solemne de socorrerse
unos a otros todos los Estados en las invasiones exteriores y divisiones
intestinas; que se designase el contingente de hombres y dinero con que
debiese contribuir cada uno al socorro del que fuese atacado o dividido; y para
alejar toda sospecha de opresión, en el caso de guerra intestina, la fuerza que
mandasen los demás Estados para sofocarla, se limitase únicamente a hacer
que las diferencias se decidiesen pacíficamente por las Cortes respectivas de las
provincias divididas, y obligarlas a respetar la decisión de las Cortes.

8º. Que para lograr lo segundo se tomasen las medidas, y se formase el tratado
general del comercio en todos los Estados de América, distinguiendo siempre con
protección más liberal el giro recíproco de unos con otros, y procurando la creación y
fomento de la marina que necesita una parte del globo separado por mares de las
otras.

Congregados para tratar estos asuntos los representantes de todas las provincias de
América ¡qué espectáculo tan grande presentarían en un Congreso no visto jamás en
los siglos, no formado nunca en el antiguo mundo, ni soñado antes en el nuevo!

No es posible enumerar los bienes que produciría. La imaginación más potente se
pierde desenvolviendo unas de otras sucesivamente todas las consecuencias que se
pueden deducir.

Se crearía un poder que, uniendo las fuerzas de 14 ó 15 millones de individuos haría a
la América superior a toda agresión; daría a los Estados débiles la potencia de los
fuertes; y prevendría las divisiones intestinas de los pueblos sabiendo éstos que existía
una federación calculada para sofocarlas.

Se formaría un foco de luz que, iluminando la causa general de la América, enseñaría a
sostenerla con todos los conocimientos que exigen sus grandes intereses.

Se derramarían desde un centro a todas las extremidades del Continente las luces
necesarias para que cada provincia conociese su posición comparada con las demás,
sus recursos e intereses, sus fuerzas y riquezas.

Se unirían sabios que, teniendo a la vista el mapa económico y político de cada
provincia, podrían meditar planes y discurrir medidas de bien para todas las provincias
en particular y para la América en general.

Se estrecharían las relaciones de los americanos unidos por el lazo grande de un
Congreso común, aprenderían a identificar sus intereses; y formarían a la letra una
sola y grande familia.

Se comenzaría a crear el sistema americano o la colección ordenada de principios
que deben formar la conducta política de la América ahora que empieza a subir la
escala que debe colocarla un día al lado de la Europa, que tiene su sistema y ha sabido
elevarse sobre todas las partes del globo.

La América entonces: la América, mi patria y la de mis dignos amigos, sería al
fin lo que es preciso que llegue a ser: grande como el continente por donde se
dilata, rica como el oro que hay en su seno; majestuosa como los Andes que la
elevan y engrandecen.

¡Oh Patria cara donde nacieron los seres que más amo! Tus derechos son los míos, los
de mis amigos y mis paisanos. Yo juro sostenerlos mientras viva. Yo juro decir cuando
muera: Hijos: defended a la América.

Recibe, Patria amada, este juramento. Lo hago en estas tierras que el despotismo
tenía incultas y la libertad hará florecer.

Cuando no era libre, mi alma, nacida para serlo, buscaba ciencias que la distrajesen,
lecturas que la alegrasen. Vagaba por las plantas; estudiaba esqueletos; medía
triángulos; o se entretenía en fósiles.

En este suelo nací: este suelo es nuestra Patria. ¿Será el patriotismo un delito?

1 comentario

  • David Murillo

    Un ensayo que trasciende a través de los siglos de las generaciones.

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